Hay ciertos procesos estereotipadores que terminan influyendo en nuestras vidas con una fuerza innegable, perturbadora pero reversible. Lo veo en varias mujeres; algunas de mi edad, otras que están en esa franja, al parecer odiosa y riesgosa, de los `30 y pico. Y noto que aquellas que no han sabido hacerse una vocación esperan en ese concepto burgués de familia, la salvación a su identidad perdida.
Y este es el problema: que en el proyecto ideológico de familia tipo, de mujer modelo, de hombre modelo, se anulan quizás las pretensiones básicas del ser humano: la felicidad y la autonomía. Se cree que se es feliz porque se está dentro de los parámetros de la supuesta normalidad. Mi madre me decía el otro día: ¿Qué más puede querer una madre que ver a su hija instalada, con su familia y sus hijos?. A lo que yo respondí en una hipérbole por demás hiperbólica: ¿Mi felicidad quizás? Mi felicidad que no depende de un matrimonio sino de mi libertad. Mi madre largó rápidamente el ya famoso: Vos... porque sos un bicho raro. Y puede ser. Pero también sé que ciertas configuraciones culturales le impiden a esas ciertas mujeres disfrutar de su autoconocimiento, de su praxis cotidiana como seres humanos. Y el tema de los hijos es central. ¿Cuándo tenerlos?- Antes de los treinta; cuando deberían preguntarse: ¿Por qué tenerlos? ¿Para qué tenerlos?
Muchas mujeres sólo desean tener alguna pareja para concretar el sueño del hijo antes de los cuarenta, y creen que eso es amor y estar enamorada. Frente a estas disposiciones culturales, muchas mujeres no pueden hacer más que vivir en una especie de ansiedad existencial, angustiante y triste. Buscan cualquier tipo de hombre; es decir, el hombre capaz de sustentar, ese estereotipo del macho argento que con su sola presencia garantiza la posibilidad de esas buenas normas respetadas. El viernes, viendo unas fotos, nos pusimos a analizar, muy althusserianamente, con un amigo, estas bajadas ideológicas que aparecen por todos lados: te entran por los poros marketineramente, en las publicidades, en los discursos, en las paroles institucionales. Y en esas fotos me di cuenta de muchas cosas. Todas reproducen los roles conservadores de la idealidad del noviazgo como debe ser. Todas reproducen la imagen femenina de la mujer tipo ama de casa, dependiente del marido. Todas actualizan el sentido del hombre proveedor. Vale aclarar que las fotos, para colmo, son de un viaje al santuario de una virgen. No me pregunten cuál de todas ellas porque no lo recuerdo y es un dato que jamás almacenaría en mi memoria. Pero me sirve a los efectos de ejemplificar lo que intento explicar. En fin, creo que todos esos estereotipos terminan por anular las libertades individuales, agotan esos proyectos personales y provocan conformismos. Reproduzco al respecto una nota de Alejandro Rozichtner que me parece que ofrece un buen punto acerca de cómo puede entenderse el amor en estos tiempos.
"Voy a intentar responder a estas tres preguntas: ¿Por qué “son tiempos difíciles para el romanticismo”? ¿Cómo es el “nuevo romanticismo”? ¿Es un cambio masculino, el que debe tener lugar?
Hay un romanticismo clásico, al que podríamos llamar un romanticismo del sueño o ideal, que borra la realidad y la reemplaza por un mundo de fantasía. Solía aparecer en la imaginación de una mujer que estaba aislada del mundo, y que en su infantilización se volvía deseosa de un padre salvador. Era una situación en donde el amor entre hombre y mujer tenía que salvar a sus participantes de los problemas de vivir, un amor de inmaduros que se sentían abrumados por la existencia, huérfanos perdidos que padecían hasta encontrarse. Ese es también un tipo de romanticismo que se opone al cuerpo (me querés a mí o querés mi cuerpo), que se identifica con un espíritu insustancial, un romanticismo por lo general triste y aburrido, melodramático, sólo intenso en su forma de espejismo, es decir, en la imposibilidad de ser concretado. Era un romanticismo solitario, fracasado, depresivo, solitario, narcisista, falso. Bombones y flores, un gran amor en el que la mujer es un objeto precioso y no puede casi moverse si no quiere poner en riesgo su posición de vacío hermoso y delicado.
¿El hombre? Sostén y proveedor, dureza, seguridad, garantía, un papá que cuida, un caballero que se ofrece.
Pero hay un romanticismo distinto, nuevo, que tiene que ver con creer en el amor de una forma más plena y real. No hay oposición entre espíritu y cuerpo, este romanticismo se basa en la aventura, en el riesgo asumido, en dar la batalla por ese amor que pide entrega pero no pide renuncia. Es un romanticismo que dice: quiero vivir de la manera más plena posible, quiero más, mejor, quiero tenerte para disfrutar con vos, que tu presencia me desafíe a crecer. Quiero tu alma y tu cuerpo, tu alma que está en tu cuerpo, en tu piel, en la sensualidad de nuestro encuentro.
Este romanticismo no produce encuentros de sueño, da lugar más bien a historias de acercamiento, confianza, crecimiento y disfrute. Sucede en el mundo, como una forma de amor por la realidad compartida y no como negación de esta.Es un romanticismo que desafía a quienes lo viven. El desafío no está encarnado en el otro, el desafío está presente ya en el deseo de cada uno. El romántico es el que se hace cargo de lo quiere, el responsable de su deseo. Responsabilidad suele ser escuchada, sentida, como una palabra dura, seria, palabra de preceptor de colegio secundario. Escuchada en clave romántica quiere decir otra cosa, se refiere a la fuerza necesaria para bancarse querer lo que uno quiere y para enfrentar las dificultades que ese querer entraña. El responsable aquí no es entonces una persona seria y restringida, es lo contrario, una persona capaz de excitación, de juego, de crecimiento, de deseo, de amor y cercanía.
El romanticismo hoy empieza donde termina el ideal, el sueño. Está más bien ligado a una posición realista, que no pone a las riquezas en un más allá inalcanzable para dar pie al mérito de la imposibilidad, sino que quiere concretarse en vida bien vivida. Su centro: la intimidad, una percepción intensa y marcada de la intimidad específica. No cualquiera sirve. El romanticismo tiene que ver con la captación más radical de la diferencia, por lo tanto, con conocer al otro y con conocerse a sí mismo.
Este romanticismo no es un abandono semi inconsciente, estúpido, es la inteligencia de saber buscar el camino de algo que considera imprescindible. Este romanticismo es inteligente y capaz, no se expresa en signos universales (flores, bombones, joyas, regalos) sino en formas que tienen que ver con cada relación específica, y con una aventura compartida.
Si el romanticismo es difícil hoy lo es porque no sabemos pensarlo, porque no hemos actualizado su imagen y su sentido, y seguimos concibiéndolo de una forma que ya venció. Usamos, sin darnos cuenta, las imágenes del romanticismo de un tiempo que ya no existe, y no sabemos traducir esa forma antigua en una versión actual. Si hubiera que definir al romanticismo actual con una sola palabra creo que esta sería la de aventura. Y me refiero a la aventura de jugarse por lo que uno quiere, por la aventura de ser personas concretas que quieren crecer juntas y ser capaces de armar su felicidad en medio de un mundo que es difícil, sí, pero que no es percibido como un lugar desencantado del que hay que salvarse sino como un espacio lleno de posibilidades y riquezas, riquezas que se quiere compartir con alguien que para uno resulta valioso y especial.
Como solemos pensar el romántico como opuesto al sexual, creemos que el romántico es una especie de estúpido, un hombre capturado por el deseo posesivo de una mujer. No es así. El hombre no romántico, el que asume la posición cínica de reducir las relaciones posibles al campo del sexo, el que cree que la mejor posición es la de una “independencia” sin compromisos restrictivos, es un hombre incompleto y poco viril. Si creemos que el romanticismo es algo femenino es porque hay demasiado fútbol en nuestras vidas, demasiada mamá en el horizonte, para la que hay que seguir siendo un hombrecito solitario.
El romanticismo es hoy la posición más masculina, la que quiere tanto de su vida como para jugarse por una mujer, enfrentar las dificultades y lograr incluso el ámbito extraordinario de un hogar en el que el amor pueda desplegarse en hijos, hijos que serán la explosión del amor insinuado en la pareja, que la completará de una forma increíblemente plena y feliz. Romanticismo es no querer menos que ser feliz, y saber que esto no es posible sin una intimidad de alto valor."