sábado, 10 de febrero de 2007

Sábado III


"Queda también silencio entre nosotros,
silencio
y este beso igual que un largo túnel"
Jaime Gil de Biedma



Ayer discutíamos con un amigo el cuadro de Dalí que yo publiqué el miércoles pasado. Pensaba mi amigo en la soledad de la muchacha que mira por la ventana, desolada, mientras se digiere en su tristeza. Yo postulaba otra hipótesis, no menos acertada que la suya. Pienso que esa imagen de la muchacha en la ventana, por el contrario, representa ( es decir, trae in praesentia, vuelve a poner en escena, actualiza) la antitética posibilidad de la imposibilidad y la antitética imposibilidad de la posibilidad. Me explico: la frontera aparece explícita en la imagen central del cuadro que es la ventana. La ventana como marco obligado entre un afuera y un adentro. El afuera, como lo expandible, como la posibilidad abierta e infinita del mundo. La paz del mar y, ante todo, esa visualización de los barcos como tránsito hacia otros mundos (siempre los barcos son sinónimo de descubrimiento) indican lo perfectible, lo que se ansía y desea del "más allá". El adentro, como lo oscurecido, con la imagen de espaldas de la muchacha, el lugar de la imposibilidad, de lo ya conocido. No hay rostros visibles porque la mirada siempre está puesta en ese horizonte que es, en última instancia, el horizonte de expectativas de la muchacha que quiebra la línea de la frontera. La ventana como ese marco, entonces, que se deconstruye en el gesto operativo del no rostro. Se difumina la frontera, aunque no se resuelve, porque la mirada está atravesando y llegando al espacio abierto.



Pienso en el cuadro de Rembrandt y veo las diferencias notables. El rostro y ese no rostro que hace que el cuadro de Dalí sea lo más parecido a un enigma.



Yo tengo ese cuadro en mi estudio. Paso por el estudio y lo veo una y otra vez. Lo raro es que tengo cuadros más grandes pero la muchacha que mira por la ventana, en su marco pequeño, dándome su espalda, siempre me ha llamado la atención. Quizás porque no tolero esa indecisión. O se queda o se va. Tengo la sensación de que, muy pronto, como sucede en La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen, ella saldrá del cuadro y vendrá a parar a mi casa o, por el contrario, la perderé como en ese cuento de Marguerite Yourcenar, donde el personaje japonés de Chang Fo desaparece del cuadro mientras también va desapareciendo del cuento. Y, entonces, quedaría ese hueco vacío. Sólo el marco de una ventana que ya no se diferenciaría de la línea del horizonte. Esa indecisión me mata. Cuando trabajo, no puedo evitar mirar y ver si sigue ahí. Un día de estos, temo que intente cruzar el océano y muera ahogada. Pero será por su libertad. Eso también lo sé, aunque hace años que la veo allí y no se decide. Repito: su indecisión me mata. Y pienso en la hipótesis de que sea Ana María o Gala y en tener a Gala tomando un café conmigo. Y vuelvo a mirar mis tazas de café (todas distintas) y creo que debería comprar, al menos, dos iguales, no rajadas, para no pasar papelones.



Es por esto que, como dice un viejo refrán medieval, el hecho de que sea una ventana no significa que no sea una puerta. Quizás ese túnel sombrío, que mi amigo no quiere compartir conmigo, sea un túnel en tránsito porque, no lo olvidemos, un túnel siempre va hacia algún lado, el tema es ir proyectándose hacia la luz, lograr salir y continuar. Y ud. está en esa misma frontera, querido amigo, en la misma situación de la muchacha de Dalí. Y, aunque no pueda ver sus ojos, creo firmemente que su mirada está del lado del "más allá". Hoy ya es sábado y, como todo sábado, primero debo empezar por dormir un rato. Mañana me espera la muchacha en la ventana; deberé pasar de mi cuarto al estudio, tratando de no mirarla, por miedo, pero también por esa curiosidad que mató al gato y ahora puede matarme a mí.


Y espero que nunca tenga que decir, como Castel:


"Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne". ...

2 comentarios:

alter dijo...

Me has recordado la paradoja del gato de Schrödinger. No porque tenga realmente algo que ver (aunque alguna relación se puede trazar), sino, creo, porque textos tan interesantes como éste, ponen a hervir mis neuronas en un afán de disquisición que conduce al estabecimiento de relaciones de lo más peregrinas.
O sea, cosas que se me ocurren :)

Silvio Astier dijo...

Ha de ser el tunel un paso entre un lugar y otro, una conexión de una entrada pasada y una salida futura. Sea el tunel un presente continuo ya que, de ninguna manera que no sea artística, el pasado o el futuro son reales para los hombres. Acordado que el presente es un tunel, mi tunel. No la quiero en mi tunel y no es cobardía o desprecio (tal vez un poco de egoísmo hijo-unico-unicista-hiperyoico) es deseo de que transite su propio tunel, que pueda poner en claro la luz detrás suyo, una luz que está atrás y no la alcanzará. Puede girar y transformar el pasado en futuro, desandar sus pasos, pero ay, que triste. Basta con saber que el futuro es inalcanzable como para pensar en la nostálgica desventura de caminar como el cangrejo.

Con respecto a la pintura, pienso que las ventanas son todo lo que usted dijo, pero eso sólo apenas.

En "El Lector" de Bernhard Schlink se describe en sueños una casa con las ventanas tapadas. El relato me hizo pensar que esa casa simbolizaba las vergüenzas generacionales (en ese caso, las vergüenzas alemanas de los que se callaron las aberraciones de la segunda guerra). Y por eso las ventanas tapadas. Para que las vergüenzas se vuelvan ciegas y para reprimirnos y espiar lo que nos molesta. Las ventanas de una casa son los ojos. Pero las miradas, son nuestras.

No importa la muchacha, el mar. No importa siquiera la ventana. Importa la mirada.