Los cuerpos son jeroglíficos sensibles, dice Octavio Paz y me hace pensar cuántas veces he dejado que busquen la solución al mío, y acierto a pensar que está tan escondida que ni siquiera yo reconocería la página de los resultados por mucho que la viera pasar delante de mis ojos.
Otros han intentado descifrarlo.
Ha sido imposible.
En la mochila azul me cabe media vida, pero eso nadie lo sabe, y la otra media la escondo bajo alguna piedra que pueda reconocer en el camino de vuelta por si necesito darme la mano. Migas de regreso. Hansel sin Gretel o, lo que es peor, mi yo sin tu yo.
Y quiero volver a esas tardes de tortas de ricota y chin chon y libros en alemán.
Y pileta por la tarde.
Y mi yo con sus nueve años.
Sólo por saber si la infancia tiene ese gusto a tópico.
En realidad, mis gustos no han variado demasiado.
Las puestas de sol, las palabras, mi miedo a los espejos, la cúpula temible de los laberintos, los griegos, el amor, el dolor, este tiempo compartido, la futilidad de Cronos acercándose, la lluvia indecisa que se vierte, el tiempo que vivimos, las sombras, los escenarios, los almacenes, las libretas, las bicicletas verdes, verte en el jardín, esperarte, ansiarte, desearte, no querer recordar, la arena, las letras, los abecedarios que nos sucedieron, los calles de Madrid, Atocha y sus cafés, Toledo y San Quijote.
Madrid.
Atragantándome.
Salvándome.
Parque del Retiro.
Perderme como de costumbre.
Pero peor.
Porque será sin vos, sabiéndote conmigo.
Antes, silencio.
Sin vos, sabiéndome sin vos.
Me suceden los recuerdos
Corpóreo.
Sentido.
Desde el aire, una avioneta se detiene a comprobar la densidad de un campo de girasoles mal plantados y desde allí, cuento escuadrones de pájaros radiantes. Recibo una carta diciendo que sería conveniente, que los tiempos corren, que la vida, que la vida. Hace mucho que no recibo cartas. Ya no México, no Madrid, ni siquiera las de Dipi de Tandil. Claro, Buenos Aires.
La ausencia de los garabatos de Dipi.
Filo.
Filo.
Las banderas.
Correr.
Los pasillos.
Tus cartas.
Lo que nos unía en el temible espanto.
Lo que compartíamos por temor al futuro.
El avión de regreso.
Vos, leyendo.
Yo, insultando.
Tu cara de nena buena.
Nuestra amistad sin reparos.
Robarle plata a los chinos desde el balcón del hotel.
Sin zapatos, con medias, como de costumbre.
El avión de regreso.
Barajas-Pistarini.
Tu visita.
Mi casa.
La torta de cumpleaños.
Lo que lamentaste.
Lo que amaste.
Lo que nos apoyamos.
Hoy me fue inevitable verte.
Filo nos juntó.
Siempre se la aborrece y se la adora.
Y no puedo evitar decir que, una vez más, me ha sacado una sonrisa.
¿Qué pasaron?
¿Seis años?
Pienso en Buenos Aires.
Pero no entienden que a mí no me preocupa ni el stress ni las horas que pasan ni la rutina. No me preocupa no dormir; no me tienta el reposo desesperado de los que no sueñan. Pienso en las distintas flores que quiero tener en la terraza y en qué gastaría las tardes de los viernes. Me canso de decirme muchas veces y lo reconozco; y me dan miedo los animales de más de cuatro patas. Sueño que mi pelo es un torbellino de burbujas y que puedo abrir los ojos bajo el agua.
He aprendido a sentirme culpable siempre por algo y me odio por no haber pasado más tiempo a tu lado.
Disfruto con el ruido de las palomas que anidan en el techo de tejas de casa y sorprendiéndome con la inesperada llegada de la lluvia.
Las calles están vacías. Siempre. Y eso me gusta.
La infancia siempre nos devuelve la primera mirada.
Aquella con la que deberíamos ver siempre el mundo.
Como la primera vez.
Renacerse.
Al caos
de lo imprevisible.
the kind of looks I never seen
I wasn´t crazy I´d lose my mind..